sábado, 4 de octubre de 2008

Entrega 3

 

 

Marieta Marlon era una mujer casi llegando a los 40 años. Divorciada dos veces y con una larga fila de amantes esperando siempre por ella al salir de clases. Le llamábamos la tarántula, porque según la leyenda urbana que circulaba alrededor de ella, se decía que luego de tener sexo con ellos los mataba. Eso debido a que nunca se le veía salir dos veces con la misma pareja. Siempre que aparecía alguien nuevo, desaparecía luego como por arte de magia.

Pues bien, esta mujer, me tenía entre ceja y ceja. Y podría asegurar de que no era invención mía, ya que siempre me lo hacía notar en clase. No sé si por envidia o simple antipatía por la fama que gozaba en la universidad, yo, era el único que se encontraba con peligro de reprobar su curso. Ni siquiera, Oscar Cardozo, un muchacho nacido en Asunción que había venido de muy chico a vivir a la ciudad y que era uno de los más faltos de materia gris de la promoción, corría el más mínimo peligro de reprobar. A mí, sin embargo, no perdía la oportunidad de hacerme quedar mal delante de mis compañeros de clase. Lo cual, por supuesto, no me afectaba. Pues a mis compañeros de clase sólo podía sorprenderlos al ver que una maestra me tratase de esa forma. Sólo existía algo seguro, si lograba vencer a ‘la Tarántula’, me convertiría en leyenda.

Debía averiguar porque la profesora Marlon se había ensañado conmigo y que tenía que hacer para pasar su curso. Así que planeé algo. Esperaría un siguiente desplante de su parte para comenzar a ejecutar mi plan. No tardó mucho en desprestigiarme y yo la ayudé un poco a decir verdad. La contradije en clase ante la atónita mirada de la mayoría y la complicidad de unos pocos. Dicen que los mejores planes son los que se comparten con unos pocos. Pues bien, eso hice.

Junto con mi mejor amigo Carlos y dos de mis más fieles chicas: Myriam y Jenny, logramos poner en marcha un plan que no tenía pierde. Ambas tenían fama de ser muchachas bastante aplicadas y siempre se les veía alejadas de mí en la universidad. Ellas me decían que no se consideraban ‘unos simple corderitos’ como las otras chicas que me seguían, sino que mas bien, lo único que querían era disfrutar de mí a solas en la intimidad. Utilizarme sexualmente en pocas palabras. Creo que las incluiría dentro del tipo de chicas modernas y liberadas sexualmente.

El plan venía de la siguiente manera: ellas, al verme supuestamente derrotado en clase, se pondrían de lado de la profesora Marlon y se ganarían su confianza. Le sacarían la razón por la que quería traerme abajo y me lo transmitirían cerrándose la primera parte del plan. La función de Carlos sería intentar lo opuesto a esa razón dada por la ‘tarántula’ y luego yo iría en su defensa con el objetivo de que, Marieta Marlon, me deba un favor. Debo añadir que las cosas no salieron como las planeamos, fue difícil lograr el objetivo final, pero en ese entonces éramos jóvenes y si poníamos empeño hubiésemos podido conquistar el mundo.

Ese día, en clase, Marieta estaba hablando y dando todo un discurso sobre “las expresiones humanas como arte” y aunque ella se veía muy orgullosa de lo que decía, a mi, me parecía sacado del Encarta: “No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas. Estos eran en otros tiempos hombres que tomaban arcilla rojiza y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. Entre unos y otros han hecho muchas cosas los artistas. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras advirtamos que el Arte, escrita la palabra con A mayúscula, no existe, pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia que ser un fantasma y un ídolo. Puedes abrumar a un artista diciéndole que lo que acaba de realizar acaso sea muy bueno a su manera, sólo que no es Arte.”

Vi, entonces, una oportunidad que no puedo dejar pasar. Inmediatamente para poner en marcha nuestro plan interrumpí a la maestra Marlon para preguntar:

-         “¿Eso quiere decir que todo lo que hace cualquier ‘pastrulito de plaza’ es arte? No creo que eso sea correcto.”

-         “Así es señor Cassani. Aunque el término, ‘pastrulito’, como usted se refiere haciendo alusión de seguro a los artistas ambulantes, no lo comparto.”

Podía apreciar que el fuego salía de los ojos de Marieta Marlon. Había ofendido a estos ‘artistas’, aunque a decir verdad, fuera del plan, mi pensamiento real era el que había expresado. No podía llamarse artistas a unos tipos que realizaban cualquier porquería después de inspirarse con un poco de marihuana. Aunque, claro, estoy seguro que lo que más le ofuscó a la maestra Marlon fue que contradijera lo que estaba enseñando.

-         “Mire Jhon”, agregó la profesora. El hecho que ellos no se vistan o piensen como usted no significa que sus expresiones no sean válidas como arte. Es más me atrevería a señalar que son el más puro reflejo de la cultura que viven en su entorno. Y eso lo manifiestan a través de su arte.”

-         “¿Eso quiere decir que mis padres son artistas entonces?, agregué tan seriamente.

En ese momento, por primera vez en todo el semestre logré que la maestra Marlon me prestase verdadera atención. Había logrado captar su interés con esta intervención. Pero lo que yo quería no era captar su interés, sino mas bien, despertar su ira.

-         “¿Por qué dice usted eso?, señor Cassani”, añadió con mucho interés la profesora.

-         “Porque muchas de las chicas de la universidad, al verme sin ropa, afirman siempre que soy una obra de arte.”

Al decir esto, una carcajada colectiva se apoderó del aula haciendo que la maestra Marlon se sintiese herida en su orgullo por haberme prestado atención.

-         “Pensé que por primera vez podía decir algo conciente y maduro señor Cassani, pero por lo que veo eso es como pedirle peras al olmo.” Lo decía con ira en los ojos y continuó: “Esto sólo demuestra que usted es un niño mimado que no pierde oportunidad por hacerse notar.”

Las cosas se empezaron a poner caldeadas, tal como yo quería por cierto. Todos se quedaron en silencio y las miradas de mis compañeros iban de un lado para el otro como en un partido de tenis. Era la mirada irritada de Marieta Marlon contra la mía, serena y displicente. Pero ‘la tarántula’ no había terminado de lanzar su veneno:

-         “Tenga cuidado señor Cassani, porque los demás pueden notar su carencia…”

-         “¿Mi qué?”, interrumpí con una sorpresa soltando una amplia sonrisa en mi rostro.

-         “Su carencia, mi estimado Jhon, esa falta de cariño y verdaderos amigos no es ajena para mí. O me va a decir que ¿sus ganas de vanagloriarse de sus vanos logros no son para cubrir alguna insuficiencia?”, despotricó con cierto sabor de revancha cobrada.

Las risitas de Myriam y Jenny se hicieron notar por encima del silencio sepulcral que dominaba el aula. Algunas chicas las criticaban con la mirada por apoyar lo que decía la profesora. Pero a ellas no les importaba, les gustaba llevar la contra a todos. No les importaba el rechazo del resto. El dinero de sus padres respaldaban esa actitud. Ellas eran lo justo que necesitaba para llevar a cabo mi plan y lo estaban cumpliendo a cabalidad.

-         “Pues no es así, profesora”, respondí con agudeza. “Yo no soy quien no puede permanecer saliendo con una pareja más de dos veces seguidas.”

-         “Y eso ¿por qué lo dice?”, manifestó manteniendo las formas pero conciente de que no tenía a cualquier rival frente a ella.

-         “Sólo por decirlo profesora. Aquí en la universidad conocemos algunos bichos de ocho patas a los cuales les pasa eso.”

Ahora sí, las risas invadieron el aula por mi atrevimiento. Ella no podía seguir adelante porque sabía que si respondía a eso estaría reconociendo dos cosas: que sabía lo que se hablaba de sus relaciones furtivas y que le decían la tarántula. En ese momento el timbre del descanso sonó y todos comenzaron a salir del aula. La profesora Marlon comenzó a arreglar sus cosas mientras todos salían. Al salir pasé más cerca que nunca del escritorio de la maestra como para provocarla a que me diga algo que me ayudase a continuar con el plan. No liberó nada que me ayudase, sino al contrario, me aseguró que tendría que estudiar mucho para pasar su curso y que al final del semestre me iba ver suplicando por su ayuda. Yo, como siempre, tranquilo y seguro de mí mismo opté por responderle que no se preocupara, que la verdad saldría a la luz al final del ciclo. Dicho esto salí del aula viendo como Myriam y Jenny se quedaban a solas con la profesora para poner en marcha la segunda parte del plan. Al mirarlas les guiñe el ojo y ellas me voltearon la cara y se quedaron comentando algo entre dientes. No logré escucharlas con claridad pero me pareció que hablaban porquerías de mí.

 

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