lunes, 6 de octubre de 2008

Entrega 4

 

 

Después de sacar algunas cosas de mi casillero me fui hacia el gimnasio en donde tendría mi práctica de basketball. La sensación de triunfo desbordaba por mi rostro. Una sonrisa inconmensurable iluminaba aún más mis labios. Pero había algo, dicho por Marieta Marlon, que había calado en lo más hondo de mi ser: el hecho de no tener un amor o un amigo verdadero era muy real. Si bien es cierto, la persona en la que más podía confiar era Carlos, no lograba confiar completamente en él. Lo cual me perturbaba en ciertas ocasiones. Esto, lo compensaba con el hecho que había elaborado un mundo tal, en el que nadie podía traicionarme y aquél que se atreviese podía acabar mal debido al peso de mi venganza. Después de pensar en esto y atenuar mis perturbaciones solía sentirme mejor.

Así fue como alivié mis pensamientos esa mañana. Estaba vestido con mi uniforme de entrenamiento. El chaleco color rojo iba por encima confirmándome, como siempre, dentro del equipo titular. Era dos años menor que la mayoría, pero al llegar al segundo año, decidí que debía aumentar mi notoriedad hacia las chicas mayores. Gozaba, ya, de mucha fama entre primer y segundo año de todas las carreras de la universidad, pero me hacía falta extenderla hacia el resto de la universidad. No había mejor manera de hacerlo que destacando en los deportes. Cuando observé el momento propicio, dentro de un fin de semana deportivo universitario a inicios de ciclo, sorprendí a propios y extraños retando a la figura del equipo de la universidad a un duelo uno a uno frente a todos.

Esa figura no era nadie más que Carlos Martínez, mi futuro amigo, un deportista prodigio de mi edad que había paseado su arte ‘basketbolero’ por muchas canchas escolares y universitarias. Era un verdadero jugador de basketball y deportista por encima de todo. Iba a ser un reto difícil, muy difícil. Sin embargo, nunca me amilané. Es más, eso me subió los niveles de adrenalina. El hecho de ser más difícil el reto, haría mejor mi logro.

Carlos siempre fue un tipo muy confiado en sí mismo al momento de mostrar su arte deportivo. Pero en la vida cotidiana era un tipo normal con miedos como todos. Además era un tipo totalmente confiable y leal. Al contrario, mi personalidad, más serena para resolver embrollos y sin temores visibles, hizo que lográsemos hacer luego un gran dueto. Pero no nos adelantemos, regresemos al reto de esa época, que dicho sea de paso, fue jocosamente aceptado por él. Claro, quien iba a imaginar que un desconocido para los mayores de la universidad iba a retar a “Carlos Martínez”. Creo que nadie lo esperó nunca y eso yo lo sabía. Siempre intentaba estar un paso delante de los hechos.

Él estaba vestido con un pantalón jean, una camiseta dentro de él, y unos zapatos como los que suelen usar los ‘basketbolistas’, que por muy deportivos que fuesen no llegaban a ser unas zapatillas para jugar. Así que, Carlos, llevaba ya cierta desventaja desde un inicio; y yo, lo tenía bien claro. Bajé las gradas de donde me encontraba y el despidió a sus compañeros de equipo y aficionados al basketball de la cancha. Me largó el balón para que yo comience el juego. Me daba ventaja, me subestimaba. Lancé el balón directo al aro y sin tocar el tablero entró. Los primeros aplausos comenzaron a sentirse desde la tribuna por parte de mis pocos allegados concurrentes, el público más adulto se mantenía más cauto, en silencio.

- “Uno a cero a favor del desconocido”, marcó Bryan Riofrío, otro jugador de la selección y estudiante de cuarto año, que se auto-designó como el juez del lance y comentador del mismo.

A Carlos, esto, no le pareció gracioso. Me entregó el balón nuevamente, pero, preocupándose esta vez de no dejarme lanzar tan libre. Aún así, su marcación no era la que yo había presenciado en partidos de la selección donde lo había visto jugar. Siempre mirándolo a los ojos y con el balón en mi poder sugerí:

-         “A cinco”.

-         “Perfecto”. Respondió él.

            Las palabras estaban de más, Carlos en el fondo sabía que no era cualquier rival. No había escuchado hablar de mí por andar siempre en con la gente de años mayores, pero podía presentir que si lo retaba era porque tenía habilidades que no eran de dominio público. Continué mirándolo a los ojos hasta lograr impacientarlo, craso error de Carlos, estaba mezclando los sentimientos de impaciencia con su juego. Estaba perdiendo la tranquilidad. Nunca se deben quitar los ojos del balón. Así que solté el balón por su lado derecho y amagué un movimiento hacia ese lado, mas, me moví hacia el otro. Pasé a su lado y aún mirándome a los ojos los cerró con expresión de saber que le había hecho. Mientras, yo, alcancé el balón que había soltado y cómodamente anoté mi segundo punto mientras Bryan Riofrío gritaba:

-         “¡Dos a cero a favor del desconocido!”, y susurrándome. “Por cierto, ¿cómo te llamas?”

-         “Jhon Cassani”, respondí sonriente mientras el público a mi favor comenzaba a aumentar y los que antes eran contrarios a mí, ahora estaban sorprendidos.

Mientras, Carlos, recogía el balón, sonreía.

-         “Parece que te subestimé demasiado amigo”, me dijo.

-         “¿Por qué no lo harías?”, le respondí sarcásticamente.

-         “¿Cuál es tu secreto?, ¿de dónde vienes?”, insistió sin dejar de sonreír y mirarme a los ojos.

            Me entregó el balón nuevamente. Ahora si lo vi más decidido. Sabía que a partir de ahora sería más difícil, pero no imposible. Carlos había colocado todos sus sentidos en el juego por fin. Presentía que lo había engañado, pero eso no importaba mucho ahora. Yo iba dos a cero arriba. Llevaba ventaja.

            Decidí hacer una nueva jugada para engañarlo, pero sacó una mano de donde no la vi y logró robarme el balón. Se escurrió por debajo de mí, luego se elevó y dejando el balón en bandeja sobre el aro bajó del aire sólo para celebrar su primer punto mientras Bryan comentaba:

-         “¡Dos a uno a favor de la estrella Carlos Martínez y acorta distancia!, las cosas se ponen interesantes.

Ese punto había sido duro sin duda. No había esperado recibir un punto en contra ahora. No era el momento. Sin embargo ya se encontraba reducida mi ventaja a un punto a mi favor. Fui a recoger el balón y se lo entregué a Carlos. Me puse en posición de alerta hacia lo que pudiese realizar. Carlos me vio con el cuerpo muy agachado. Así que lo que hizo fue correr de frente hacia mí. Lo hizo sin titubear y cuando estaba llegando a mí, se elevó en el aire. Yo me levanté y salté intentando bloquear su movimiento, pero él ya estaba medio cuerpo encima de mí colgándose del aro para anotar su segundo punto.

-         “¡Dos a dos y la estrella empata!”, sentenció Bryan. “No hay nada perdido aún”.

-         “¡Hey es falta ofensiva!” reclamé enfadado. “¿Acaso no lo viste?”

-         “No, no lo es”, afirmó satisfecho con su juicio. “Te moviste por lo tanto no hay falta en ofensiva”.

-         “Pues bien, entonces tampoco hay nada ganado”. Culminé recriminándole al árbitro pero mirando a Carlos.

-         “Hey, no te enojes conmigo amigo, yo sólo anoté”, me señaló guiñándome un ojo con burla.

Ahora si las cosas estaban parejas, y yo era el impaciente esta vez, él lo sabía e intentaba jugar conmigo.

-         “¿Qué pasa Jhon?, ¿ya no te sientes tan seguro ahora que estoy alerta a tu juego?

-         “Sólo juega”, afirmé pasándole el balón molesto conmigo mismo.

En las tribunas las cosas estaban nuevamente a favor de Carlos. A mí sólo me alentaban los de los menores años de la universidad. Mis compañeros de clase y fanáticos. Carlos era la estrella del equipo de la universidad y era lógico verlo apoyado por la mayoría. En la cancha el duelo se había vuelto de vida o muerte. Muy luchado en cada gota de sudor que desprendíamos.

Carlos quiso volver a hacerme la misma jugada. Partió corriendo hacia mí igual que antes. Al suponer lo que hacía levanté al cuerpo para que si me tocaba esta vez fuese falta. Cuando estaba a punto de llegar puse mis brazos en forma de equis sobre mi pecho y me quede inmóvil de pie. Mi ofuscación no podía ver lo que quería hacer Carlos. Cuando supuse que saltaría hacia adelante golpeándome, saltó, pero hacia atrás. Lanzó el balón de larga distancia e ingresó. Cuando Carlos tocó el piso nuevamente lo vi sonreír despreciativamente. Parecían largos segundos, la ira recorría por dentro de mis venas y más al escuchar a Bryan Riofrío gritar eufóricamente:

-         “¡Tres a dos a favor de Carlos, la estrella!”, exigiendo con los brazos aplausos del respetable.

Las tribunas estallaban en júbilo. Mientras, a Carlos, le secaban el sudor con las toallas sus compañeros de selección. Carlos se sentía en la gloria como al principio del partido.

Como dije antes, una de las cosas que me destacaba, era mi serenidad para resolver problemas. Así que eso fue lo que hice. Me serené. Pensé que si había podido ponerme dos puntos antes podía hacerlo ahora nuevamente.

Levanté el balón una vez más. Sin duda, Carlos, era muy buen jugador. Pero siempre dije que en una competencia el cincuenta por ciento de una victoria se debe a las cualidades del jugador y el otro cincuenta, se debe a las mañas que apliques en tu juego.

Recogí el balón esta vez más sereno y lo mantuve entre mis manos.

-         “Si la haces de tres te concedo dos puntos y ganas”, le dije aumentado la presión sobre él.

-         “¿Y crees que no podré hacerlo?”, reía. “¿Acaso no me has visto jugar antes?”

-         “Te he visto, por eso te digo que lo hagas”.

Entonces le entregué el balón. El me miró sin entender y cuando estaba en el aire a punto de lanzar, un brusco movimiento mío debajo del aro, distrajo su atención haciendo que falle el tiro. Yo que estaba atento a la jugada agarré el rebote y la introduje fácilmente ante la ausencia de marca. Había recuperado el balón. La desazón de Carlos era enorme.

-         “¡Tres iguales nuevamente y todo vuelve a empezar!”, señaló Bryan. “¡Qué partido señores!”.

No hubieron palabras cruzadas entre Carlos y yo. A esta altura del reto cada letra que saliese de nuestras bocas se tornaba en aliento desperdiciado. Carlos bajó a recoger el balón y me lo lanzó con furia. Lo tomé, sabía que este punto sería decisivo para cualquiera. Ingresé lentamente dándole botes largos al balón. Carlos estudiaba que nueva jugada podía realizar. Iba retrocediendo a la vez que yo avanzaba con el balón dándole piques. Carlos se mostraba ansioso por saber que haría y cuando se dio cuenta ya era muy tarde. Cuando quiso acercarse a marcarme ya había lanzado cómodamente y me ponía adelante nuevamente. Había usado el mismo truco que él realizo en su último punto sólo que con menos revoluciones.

-         “¡Cuatro a tres a favor de Cassani!, ¡qué partido señores cualquiera puede ganar!”, alzaba la voz, Bryan, para dejarse escuchar por encima de los gritos de aliento que salían desde las tribunas para uno y otro lado.

-         “Yo voy a ganar”, afirmé mirando a los ojos a Carlos cuando recibí el balón.

Al tomar el balón sabía que esta vez los trucos no valdrían para nada. El siguiente punto debía conseguirse en base a astucia. Carlos estaba ahora muy atento como cuando, yo, llevaba ventaja de dos a cero arriba. De seguro, Carlos, no iba a dejar que lo volviese a engañar y muchos menos estando a un punto de llevarme el partido. Era hora de sacar la carta bajo la manga. Hasta ahora no había usado mi habilidad ‘basketbolera’ y no porque no la tuviese sino porque la guardaba para cuando la necesitara. Bien, ahora, era el momento de mostrar porque había sido descubierto como un niño prodigio del básquet en el colegio. Debo de confesar que si no continué con mi carrera deportiva, como sí lo había hecho Carlos, fue porque mis predilecciones eran distintas al deporte. Si ahora intentaba destacar deportivamente, era sólo, para aumentar el dominio de aquellas predilecciones: la vida buena y fácil. La disciplina deportiva no iba conmigo.

Le di un par de botes al balón. Avancé dos pasos como tomando vuelo para avanzar e inicié mi carrera hacia mi oponente. Cuando vino a marcarme me moví hacia la izquierda pero me salió a la marca por el mismo lado. Le di la espalda y al amagar hacia el mismo lado giré hacia el derecho encontrándome nuevamente con su marcación. Entonces solté balón de espaldas hacia arriba dirigido al tablero, Carlos alzó la cabeza para ver el destino del balón y aprovechando esto me escabullí por su lado izquierdo hacia abajo del aro. Salté para agarrar el rebote y dando una vuelta en el aire para acomodarme frente al tablero clavé el balón quedando colgado del aro.

El silencio se hizo presa del coliseo hasta que Bryan Riofrío reaccionó y decretó mi victoria:

-         “¡Cinco a tres a favor de Jhon Cassani y es el ganador!”

Entonces la multitud estalló. Al parecer el rumor de que había un retador para Carlos Martínez había crecido mientras jugábamos porque el coliseo lo notaba más lleno de cuando empezamos a jugar. Mi oponente había quedado parado en la cancha con las manos a la cintura como lamentando su derrota. Yo me acerqué donde mis compañeros en la tribuna mientras un barullo empezaba a salir de la misma.

-         “¡Cassani selección, Cassani selección!”, repetía la multitud haciéndose cada vez más sonoro.

Sólo respondí a los gritos con una venia hacia el público. Esperaba que sucediese algo así pero había que mantenerse humilde para alcanzar el objetivo de integrar la selección universitaria. Entonces, vi como Carlos Marínez, la estrella, y Bryan Riofrío se acercaban a mí. Junto a ellos se acercaba Richard Carlín, un moreno de dos metros dos de quinto año, capitán de la selección universitaria. En las manos de Carlín veía una camiseta de la selección. Cuando se pararon a mi lado Carlín me habló, todo el coliseo se había quedado en silencio nuevamente:

-         “¿Quieres ser parte de la selección?”, me preguntó Carlín inicialmente.

-         “Por supuesto”, dije yo.

-         “Entonces te la has ganado”, y me ofreció la camiseta.

Al tomarla en mis manos la desenvolví vislumbrado el número cuarenta y cinco en la espalda. Estreché la mano del capitán, la de Carlos que con ese gesto reconocía mi victoria, y la de Bryan que sonreía como si estuviese feliz de tenerme de su lado en el equipo y en competencias futuras. Había logrado obtener lo que había ido a pugnar. Levanté la camiseta mostrando el número en la espalda y algunas chicas se acercaron a mí a felicitarme por el episodio.

Bien, así es como había logrado llegar al equipo. Después de pocos días logré entrar a alternar en el equipo. Me gané, con mi característica simpatía, la confianza del entrenador. En poco tiempo me convertí en uno de sus favoritos y con mis jugadas lujosas y eficientes en los partidos me gané el titularato. Heme aquí ahora llegando a un nuevo entrenamiento.

-         “Media hora tarde Cassani, ¿de nuevo?”, criticó el entrenador.

-         “Tuve problemas con la maestra entrenador, disculpe. No volverá a pasar”, me disculpé.

Pero la verdad siempre pasaba. Cuando se me antojaba o cuando algo superficial me retrasaba, siempre había una excusa y siempre había una disculpa para con el entrenador. Claro que ello no le agradaba al resto del equipo, el cual, era tratado con rigurosidad por parte del entrenador. Todos a excepción de Carlos y de mí. Aunque, a decir verdad, Carlos llegaba la gran mayoría de veces a tiempo a los entrenamientos. Que puedo hacer. Ya había dicho que nunca fui bueno para la disciplina deportiva.

El entrenamiento transcurría como siempre. Partido de práctica conmigo dentro del equipo titular. Algunas alumnos presenciando como es que sudábamos la gota gorda y otro tanto de chicas que venían a mostrar su fanatismo hacia los jugadores de la selección. Había suficientes para todos, pero sin humildad debo admitir que la mayoría iba verme a mí.

En un momento dado, mientras jugaba en el partido de práctica, llegaron Myriam y Jenny al coliseo de la universidad donde entrenábamos. Al verlas entrar me hice el agotado y pedí mi cambio al entrenador. Ellas se acercaron al sector de la tribuna que limitaba con la banca de suplentes y yo hice lo mismo. Al acercarme a la banca de suplentes asumí mi papel de jugador agotado, dirigiéndome al sector donde se encontraban ambas. Tomé la toalla para secarme el sudor y escondiéndome detrás de ella, les pedí que se vayan que luego, yo mismo, las contactaría de alguna forma. Definitivamente si quería que mi plan tuviese éxito no podía permitir que nos viesen juntos. Ellas entendieron y salieron sin llamar mucho la atención. Al estar allí, aproveché para descansar un poco, porque al menos, agitado me encontraba.

Al levantar la mirada hacia la tribuna al frente mío, vi como los rayos solares, volvían más mágica la figura de una chica que no había visto hasta ese entonces.  Se trataba de Linda Guerra. Una excepcional escultura de mujer cincelada por lo dedos de Miguel Ángel. Un arcángel caído del cielo que había llegado a iluminar ese entrenamiento sin interesarse que el resto de mortales cayeran derretidos a sus pies con tan solo una mirada.

Había llegado al lugar acompañada de una de sus mejores amigas Agustina Girón. Agustina había vivido siempre enamorada de Carlos Martínez, pero él, nunca le había hecho caso por considerarla demasiado frívola. Sus amigos más íntimos la llamaban Agus y, como casi siempre lo hacía, había asistido ese día para ver a mi querido amigo: Carlos.

En seguida, al percatarme de la presencia de la nueva chica mis neuronas comenzaron a trabajar. Pedí mi reingreso al entrenador , que para variar, me hizo caso de manera inmediata. A pesar de la agitación debido al vaivén del partido de práctica hice lo posible por llamar la atención.

El balón estaba en nuestra cancha. Richard Carlín recuperó el mismo en un rebote ocasionando un rápido contragolpe a favor nuestro. Salí corriendo raudamente hacia el lado donde estaba la nueva chica en la tribuna. Richard, al verme sólo cruzando la línea media de la cancha, me lanzó el balón por encima de todos. Cuando el balón venía bajando reduje un poco la velocidad y cuando estaba seguro de que no lo iba a alcanzar, salté con tal impulso, que volé por encima las primeras filas del estrado hasta caer cerca de donde se ubicaba Linda.

La caída fue tan estrepitosa que un gemido mudo recorrió todo el coliseo. Alguna chicas soltaron algún grito de espanto. Yo, por lo pronto, me encontraba en entre las filas dos y tres de aquella tribuna. Agustina y su amiga se acercaron rápidamente a mí por encontrarse más próxima hacia el lugar de los hechos. La primera en llegar preocupada a donde me encontraba fue Linda, de la cual no sabía ni el nombre. Yo estaba con los ojos cerrados y ella me tomó la cabeza por la nuca hablándome:

-         “Hey, ¿estás bien?, ¿estás bien?, ¡Hey!”.

Lentamente, al escuchar la frescura de su voz y sentir sus suaves manos, fui abriendo los ojos y del mismo modo fue apareciendo ante a mí el rostro inigualable de aquella.

-         “¿Dónde estoy?”, pregunté con voz desorientada.

-         “¿Estás bien?”, me repreguntó ella.

-         “No sé. ¿Dónde estoy?”.

-         “En el coliseo de básquet, soy estudiante de medicina. Puedes confiar en mí”, respondió velozmente tratando de averiguar que me pasaba.

-         “De seguro, yo siempre confío en mi ángel de la guarda”, clavé la frase con la misma seguridad con la que clavaba un balón en la canasta.

Ella sonrió con suspicacia dándose cuesta de que todo se trataba de una treta mía. Simplemente, se levantó, soltándome de golpe haciendo que me reviente la cabeza contra el suelo diciéndome:

-         “No sueñes despierto que te puedes caer de tu nube, mortal”.

Era increíble hasta en su manera de responder.

Me levanté del piso con el dolor de cabeza que significó el golpe que me había dado anteriormente. Vi como se dio la vuelta y partió rumbo a su amiga. Despidiéndose de las otras chicas que también las acompañaban y saliendo, con Agustina, del coliseo. En seguida se acercaron mis compañeros, el médico y algunos otros curiosos que estaban un poco más lejos del lugar del accidente. El doctor me tomó de la cabeza y me comenzó a realizar una serie de preguntas para saber si me encontraba con el dominio completo de todas mis facultades. Sonreía al sobarme la cabeza mientras respondía a todas las preguntas del doctor. Mi voz se encontraba allí pero mi espíritu había partido con ella. El resto del entrenamiento lo pasé en la banca, sentado, por consejo del médico. Yo lo tomé como un descanso merecido. Mientras tanto usaba ese tiempo para pensar en aquella futura doctora que me había dejado tirado en el piso

En las duchas observé como ese equipo estaba tan unido. Sentí en ese momento al no ser el centro de ese atención que quizá no pertenecía allí. Pero al volver en mí mismo de ese estado emocional deprimente me dije que no podía estar pensando en eso. Me había auto-excluido de ese día de duchas. Era la estrella del equipo, sólo estaban descansando de mí.

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